miércoles, 11 de septiembre de 2013

‘Extraños en un tren’ (1951) – El reflejo de un cristal

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Una estación de tren, el capitolio al fondo, dos hombres están a punto de subirse al tren. No vemos sus rostros, solo sus zapatos, unos blancos y otros negros. Uno de ellos entra en el plano por la izquierda, el otro por la derecha. Todo parece señalar que van a encontrarse. Un simple y casual golpe entre ambos da pie a una conversación que cambiará sus vidas. Así empieza ‘Extraños en un tren’. Un comienzo magnífico.


Los dos extraños comienzan a conversar. Por un lado tenemos a Guy Haines (Farley Granger) un joven y prometedor jugador de tenis. Por otro, a Bruno Anthony (Robert Walker) un hombre bastante peculiar que conoce al tenista debido a la prensa. Hitchcock presenta a los personajes, y a la vez nos muestra el objeto que será clave, un mechero.

La conversación empieza en tono amable, con cierto humor negro, pero lo que parece una broma, es más serio de lo que parece: Bruno propone a Guy un plan para llevar a cabo en “crimen perfecto”. Sin sospechas, ni testigos. Ambos tienen a alguien que les obstaculiza: Guy no consigue divorciarse de su mujer; y Bruno tiene muy mala relación con su adinerado padre, que no le acepta tal y como es. Los dos tienen “objetivos que eliminar”. Pero lo que uno de ellos piensa que es una broma, el otro se lo toma demasiado en serio. Nunca confíes en extraños.

‘Extraños en un tren’ se basa en la novela homónima de Patricia Highsmith. La culpabilidad, la moralidad, el conflicto entre el bien y el mal… En ‘Extraños en un tren’ vemos las dos caras de una misma moneda. En ese sentido, Guy representaría al “bien”, y Bruno al “mal”. Cada uno entiende la justicia de distinta manera. Eso sí, desde su conversación en el tren, lo que haga uno afectará al otro. ¿Cumplirán los dos con el trato?

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Guy intenta hacer siempre lo correcto, mientras que Bruno es mucho más impulsivo. Su carácter, sus gestos y miradas, su manera de ofrecer el asesinato como una tentadora y posible oferta para acabar con los problemas… Parece que considera el asesinato como parte de un juego, y por eso, qué mejor escenario que un parque de atracciones para llevarlo a cabo. Bruno persigue a su víctima hasta el parque de atracciones y se asegura que no haya testigos. El único testigo es el espectador y así lo muestra el director. Hitchcock decide mostrar el crimen mediante el cristal de la gafa de la víctima. Un plano genial.

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Guy tiene muchas más dudas, está perdido y poco a poco se va encerrando en un callejón sin salida. Las luces y las sombras, los barrotes de las puertas, pueden ser el reflejo de ese sentimiento de culpa, y de esa tentación de escoger “el mal”. Cuando Guy vuelve a encontrarse con Bruno, es de noche. Hasta ese momento Hitchcock ha mantenido el equilibrio entre el bien y el mal, narrativa y formalmente. Ese equilibrio se pierde, en ese encuentro nocturno. Vemos planos ligeramente contrapicados y aberrantes. Si en el primer encuentro era todo luz, ahora no hay más que sombra. ¿Cruzará Guy la línea?



‘Extraños en un tren’ es una notable película dirigida por Hitchcock. Hitchcock sabe cómo manejar la tensión y la intriga durante la película. Y controla el tiempo. Si bien parece que en la parte final, el montaje paralelo entre el partido de tenis y el regreso al lugar de los hechos parece que no va a encajar, Hitchcock le da tiempo con una simple pregunta sobre la hora en la que anochece en dicho lugar. Trampa o no, la tensión final es constante y la remata con la escena del tiovivo. Una escena espectacular, pero excesiva si la comparamos con lo que llevábamos visto hasta el momento.

Los actores protagonistas no me han convencido del todo, les falta fuerza. El mejor personaje es el de Bruno, interpretado por Robert Walker ya que tiene más matices que el resto. Según me han comentado, el final de la película y el del libro no es el mismo (siendo el del libro más complejo). Lo mejor de la película sin duda es la fotografía y la buena mano de Hitchcock. Una película entretenida y tensa. Disfrutable.

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