jueves, 18 de julio de 2013

'Berlín occidente' (1948) - La doble moral estadounidense

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La película ‘Berlín occidente’ es la nueva incorporación al monográfico sobre Billy Wilder. Quizá no sea la película más destacable del director, pero sí que tiene varios detalles que merece la pena mencionar.
‘Berlín Occidente’ es una película que podría entrar en ese grupo de películas de “propaganda” realizadas tras el final de la Segunda Guerra Mundial. 

Una película que parte de la idea de analizar la situación moral en la que se encuentra un grupo de soldados estadounidenses que todavía permanecen en Alemania. Charles Brackett y Billy Wilder volvieron a colaborar en el guion de esta comedia romántica, mezclada con algo de drama. El resultado final no agrado demasiado al ejército estadounidense, ya que no deja la moral y la actitud de los soldados en demasiado buen lugar (entre otras cosas).


El eje de esta comedia se encuentra en el triángulo amoroso formado por John Pringle (John Lund), un capitán del ejército estadounidense; Erika Von Schluetow (Marlene Dietrich), una cantante que tiempo atrás había simpatizado con los nazis; y Phoebe Frost (Jean Arthur) una congresista republicana que acude a valorar la situación de los soldados. En el intento de proteger a Erika, el capitán Pringle termina manipulando y jugando con los sentimientos de ambas mujeres.

Desde el comienzo de la película queda claro cuál va a ser el tono de  la misma. La puritana moralidad estadounidense es un mero espejismo tanto por parte de los cínicos gobernantes estadounidenses que acuden a Berlín como si fuesen héroes, como por parte de los soldados. Estos últimos no dudan en cambiar una tarta que les han enviado sus parejas o familiares a cambio de un colchón para compartir con su amante alemana. Sobreviven haciendo intercambios en el mercado negro y sacándole provecho a la miseria de los alemanes.

Por lo general, ‘Berlín Occidente’ me ha parecido una película a la que le falta chispa, es algo lenta y la química entre los actores principales no llega a funcionar del todo. La interpretación de Jean Arthur (actriz que según Wilder estaba algo “loca”) me ha parecido algo sobreactuada en ciertos momentos, y en otros bastante correcta (en los momentos más dramáticos). Marlene Dietrich realiza un papel que le suele sentar como un guante, una especie de femme fatale por la que todos los hombres dejarían sus principios de lado. En este caso el reto de Wilder y Brackett era crear simpatía hacía un personaje que simpatiza con los nazis, “humanizarla” por así decirlo. Y es que ni Phoebe Frost es tan fría como parece (o como su apellido indica), ni Erika Von Schluetow (en la película lo pronuncian como ‘Slut’, dato curioso) es tan fuerte ni está tan segura de sí misma.

Detalles (spoilers)

Pero como ya he dicho al comienzo de la reseña, hay varios detalles que merece la pena destacar. Como la facilidad que tiene Wilder para crear unos finales geniales, o la forma de mostrar la evolución de un personaje mostrándolo mediante dos escenas similares.

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Hay dos planos que pienso que son significativos, los dos unidos al momento en los que la ilusión de un romance es golpeada y ambas mujeres son pisoteadas. El primero se sitúa en el momento en el que el capitán Pringle acude junto a Phoebe Frost al bar en el que actúa Erika. Vemos a Erika reflejada en el espejo mientras la pareja se muestra feliz. Una situación incómoda en la que Erika es “golpeada” emocionalmente, aunque trate de ocultarlo. 

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El segundo plano también va unido a esa idea y a la de la “ilusión” y esperanza de Frost de cara a su relación con el capitán. Cuando se entera del engaño, ella no es más que algo borroso, desenfocado, algo que parece estar fuera de lugar. Una ilusión que se desvanece, una lágrima que cae en la oscuridad. Es curioso, porque la película está definida como comedia, pero sus momentos más dramáticos son los que mejor funcionan.

Algo parecido sucede con dos escenas de estructura similar. En este caso se centran en la relación del capitán Pringle y la congresista Frost. La primera escena es cuando el capitán intenta besar a la congresista acorralándola en la oficina mientras ella va abriendo cajones llenos de expedientes… El trabajo obstaculizando al “amor”. Una escena similar tiene lugar al final de la película, ahora no hay cajones. Hay sillas. Ya no está acorralada, es más libre que nunca, y es ella quién decide atacar. Un final, como siempre, memorable.

Resumiendo, aunque he echado en falta más comicidad y química entre los actores; la película tiene unos cuantos detalles destacables unidos al estilo del director. Comentar también que las imágenes que vemos de una destrozada Berlín las grabó Billy Wilder en una de sus visitas a Alemania.

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